Siempre que afloran los prejuicios éticos o nacionales,
en tiempos de escasez, cuando se desafía la autoestima o vigor nacional,
cuando sufrimos por nuestro insignificante papel y significado cósmico
o cuando hierve el fanatismo a nuestro alrededor, los hábitos de pensamiento
familiares de épocas antiguas toman el control. La llama de la vela parpadea.
Tiembla su pequeña luz. Aumenta la oscuridad.
Los demonios empiezan a agitarse (Carl Sagan).

Vicky Cristina y Joel Joan

lunes, 22 de septiembre de 2008

Estaba rememorando este ridículo publireportaje sobre Barcelona (con su extensión a Oviedo) que es la última película de Woody Allen cuando he sabido de la muerte del militar Luis Conde de la Cruz a manos de ETA. Para quienes no la han visto aún, se trata de la aventura de una americana que viene a Barcelona porque está haciendo una tesis (la tesis de Nancy)sobre, agárrense, "la identidad catalana". En ella transcurren los tópicos favoritos del radicalismo chic: artistas atormentados pero con descapotable y un excelente ánimo para practicar sexo, arrebatos pictóricos en camiseta de tirantes y melena suelta, fiestas en sitios guay y una inverosimil Scarlett Johanson aficionada a Scribain... Y me ha incomodado particularmente porque la guinda de la película (para una catalana no nacionalista como yo) llega por dos veces en sendas apariciones del inefable Joel Joan en el papel de intelectual, poeta o artista catalán con quienes los protagonistas comparten alegres copas. Más de mil muertos en este país y a quien distinguimos con el honor de hacer un cameo en nuestra propaganda más internacional es a un subvencionado independentista que se carga cuando abre la boca toda idea de cosmopolitismo.

Robert Redeker y su desagradable experiencia del sábado

Robert Redeker es un profesor de filosofía francés que vive bajo la amenaza de una fatwa a causa de un artículo sobre el Islam que publicó en Le Figaró . A partir de este momento no ha vivido más que humillaciones y marginación por no atenerse a lo que se considera políticamente correcto: el guante de seda con el Islam. Ciutadans de Catalunya en octubre del 2007 quiso aliviar la situación de quien ya considera un amigo siendo la primera entidad española en invitarle y este verano lo volvimos a hacer en nuestro curso, Democracia versus Teocracia, en la Universidad Rey Juan Carlos, en Aranjuez. Robert Redeker acudió este sábado a Paris a la sede de una editorial. Animó a sus escoltas para que marchasen a comer ya que se sentía seguro dentro del local con sus empleados. De repente entró un recadero con un paquete. Un joven magrebí. Se le quedó mirando y le dijo "Usted es Robert Redeker, le reconozco". Y a partir de aquí se desarrollaron unos tensos minutos, casi 15, en los que Robert Redeker fue violentado físicamente y de palabra por un francesito que le perdonó una vida ("yo no voy a matarle pero si otros lo hacen...")que, en su opinión, merecía perder. A todo eso expresando a gritos sus indocumentada conjeturas sobre un Holocausto causado por Hitler, un cristiano, y su negación de que existiera algo como un Islam moderado ya que, según él, un musulmán es un musulmán y punto. Hasta que el individuo tuvo a bien marcharse nuestro amigo no pudo llamar a sus escoltas (ignoro qué hizo el personal de la editorial hasta entonces) que, al saber lo sucedido, le llevaron a toda prisa de vuelta a casa y sin poder terminar sus gestiones.

Espero que a este incidente se le dé la máxima difusión con la esperanza, quizá ingenua, de que nos hagamos un poco más conscientes de lo que significa dar acogida a la irracionalidad en una sociedad como la nuestra que parecía bastante libre de infecciones ideológicas después de la caida del muro de Berlin.

todos esos ríos que van a parar al mar

viernes, 19 de septiembre de 2008

El protagonista de Elegía está frente al mar y Philip Roth se pregunta:

“Durante cuánto tiempo podía mirar el subir y bajar de la marea sin recordar, como le sucedería a cualquiera que se sumiera en una ensoñación ante el mar, que la vida le había sido dada, como a todo el mundo, al azar, de una manera fortuita, pero una sola vez y sin ninguna razón conocida o conocible?” .

¿Sólo dos opciones?

jueves, 18 de septiembre de 2008

En el número 256 de la revista Edge, Jonathan Haidt, Profesor Asociado de Psicologia en la Universidad de Virginia, donde investiga cuestiones relacionadas con la moralidad y la emoción y cómo esta varía entre culturas, publica un artículo titulado "¿Qué le hace a uno votar republicano?". A mi me llama la atención que divida una sociedad compleja entre dos alternativas tan estreotipadamente definidas. Por ejemplo: se asombra de que existan trabajadores que voten por este partido cuando según él estarían mejor servidos votando a los demócratas. Aunque es cierto que el conservadurismo es un rasgo de la personalidad parcialmente hereditario que predispone a cierta "inflexibilidad, amor por la jerarquía y un miedo exagerado por el cambio, la incertidumbre y-añade- la muerte" y tendencia a establecer distinciones claras entre lo que está bien y lo que está mal no creo que se halle limpiamente presente en un partido concreto. Todos conocemos ejemplos de individuos que, con los mismos rasgos, pueden votar desacomplejadamente a los supuestos contrarios. Sin contar conque existen intentos de dicotomías mucho más interesantes y profundos que las expresadas por Haitd, como pueden ser la de Thomas Sowell sobre la "visión trágica" y la "visión utópica".

Es muy interesante y contundente la respuesta que le da el admirado Michael Shermer , director de la revista "Sketptic" y excelente divulgador de la ciencia. De la misma manera que Haidt estereotipa a los consevadores, Shermer hace lo mismo (y supongo que con humor) con los demócratas que bien pueden describirse según él como aquellos sin fibra moral para efectuar elecciones morales claras, los que creen que todo el muendo tiene el mismo talento, que la cultura y el entorno determinan el lugar en la sociedad y dados a abrazar árboles, reclicar basuras, salvar ballenas etc.

Vale la pena leer este debate en Edge .

esa manía de don Fernando

martes, 9 de septiembre de 2008

Fernando Savater lanza un alegato a favor de la filosofía que titula exactamente así en su artículo en El País del día 2 de septiembre. Pero le añade una pulla contra la psicología evolutiva con estas palabras: “de ahí que quienes aconsejan con impaciencia a los filósofos acogerse a la psicología evolutiva o a las neurociencias sencillamente no entienden el chiste ni ven la gracia al asunto”. A mi me interesa la psicología evolutiva, pero no porque me sienta impaciente ni porque no le vea la gracia o el chiste a la filosofía. Lo que me ocurre es igual que lo que dice Fernando Savater que le pasaba a Isaiah Berlin que dejó la filosofía por la Hª de las Ideas: que al final queremos saber algo más que cuando empezamos. ¿Qué tendrá eso de malo?

Conozco su animadversión por la psicología evolutiva porque en más de una ocasión hemos hablado de ello. Y es algo que no comprendo. Descartada, por su erudición e inteligencia, la posibilidad de que no haya profundizado en el tema, no me queda ahí más que un interrogante algo desalentador. Cuando nos remite a un Giacomo Marramao que concluye que “las interrogaciones filosóficas se sirven de la experiencia”, no puedo dejar de pensar: ¿de qué experiencia hablamos? ¿De la del filósofo? ¿La de las personas que ha conocido sea de manera personal o a través de sus lecturas o estudios? Pero trascender este marco personal es justo el paso que da quien se plantea saber algo más que cuando empezó. Si “la filosofía trata de cuestiones no instrumentales —como las que se plantea la ciencia— y que por tanto nunca pueden ser definitivamente solventadas: sus respuestas ayudan a convivir con las preguntas, pero nunca las cancelan”, ¿por qué no intentar encontrar esas respuestas?

Naturalmente que la filosofía es la tierra que nutre toda la aventura intelectual y científica del hombre. La filosofía es la fase previa pero, para saber si una conjetura tiene alguna correspondencia con el mundo material (yo no creo que exista otro, pero vaya), hay que diseñar métodos para verificarla. Y la experiencia del filósofo no es la respuesta final sino la pregunta del principio. Incluso si estas preguntas se refieren al ser, al amor, al libre albedrío o no digamos al incesto. La aplicación de los métodos de las ciencias estaba confinada a determinadas especialidades, y se ignoraron sus más amplias implicaciones en nuestra visión de la realidad. Pero eso ya no es así y materias antes consideradas exclusivamente “humanísticas” se benefician de ello. La psicología evolutiva tiene su ámbito de discusión dentro del método científico: propone hipótesis, hacen predicciones, y diseña experimentos que confirmarán o falsarán esas hipótesis. ¿Por qué no utilizar esos instrumentos? La filosofía opera por medios introspectivos, pero siempre desde una óptica personal, subjetiva; opinativa digamos. Hasta hace poco las cuestiones que tanto nos incumben estaban sancionadas, descartadas, valoradas o anatemizadas por medio de la elevación del problema hacia Dios o por un análisis aproximadamente racional. Pero no teníamos ningún medio de contrastar su razón de fondo. Afortunadamente los avances científicos sobre la naturaleza humana de los últimos 200 años nos permiten un acercamiento más fundamentado. Me interesa la psicología evolutiva porque considero la conducta y el pensamiento humano como algo inscrito en el mundo de lo natural, y por ello estudiable desde el naturalismo científico. Naturalmente, los presupuestos de la psicología evolutiva pueden ser falsos, pero la ciencia adopta conclusiones sobre la realidad siempre dejando abierta la posibilidad de mejora en las teorías, o incluso de rectificación si aparece nueva evidencia que lo exija. Todo esto no lo hace el filósofo. Es más, como parte de un universo propio e intransferible, donde dijo “digo” puede luego decir “Diego” y aquí no ha pasado nada. Ejemplos, a porrillo.


De las cuatro nuevas ciencias que estudian la naturaleza humana -la ciencia cognitiva, la genética del comportamiento, la neurociencia y la psicología evolutiva - ninguna, al decir de Steven Pinker, ha despertado tanta controversia como esta última. La psicología evolutiva, en el sentido de que está basada en la teoría de la evolución, es una aproximación teórica que pretende explicar los rasgos psicológicos y mentales (como la memoria, la percepción o el lenguaje) como adaptaciones, es decir, como los productos funcionales de la selección natural o de la selección sexual. La psicología evolutiva se centra en cómo la evolución ha dado forma a la mente y a la conducta. Los filósofos y estudiosos que no aceptan que el hombre se inscriba y se estudie en la naturaleza, deberían explicar desde dónde enfocan su estudio. John Dupré, filósofo que cuenta con el interés de Fernando Savater, es de los que no simpatiza con los preceptos de la psicología evolutiva y cree que la evolución no puede decirnos casi nada respecto de la naturaleza humana. Le llama falacia a “comparar las conductas humanas con la de los animales”. Para investigadores como él, el ser humano es algo extraordinario, tanto como para afirmar que "los detalles de la mente humana son los parámetros de un rasgo único y exclusivo de una especie en particular" Según mi opinión, quienes más allá de admitir que plantean preguntas sin buscar respuestas, esperan encontrar explicaciones para la conducta humana fuera del ámbito natural especulan en el vacío. La ciencia no es una “teoría” o una “reflexión” como las demás. Representa el punto mensurable del conocimiento plausible según el tiempo y el espacio existencial humano, abierta a la corrección, al cambio y al progreso evolutivo.


No puedo presumir de ser amiga de Fernando Savater. Como respondió Ana Botella cuando le interrogaron por cierto supuesto affaire de su marido, parafraseo así: “qué más quisiera yo”. Pero hemos compartido mantel, empresa política y siempre que se lo he pedido ha participado en cualquiera de las charlas o conferencias que he organizado. Sé que está dispuesto, ocasionalmente , a agacharse a pesar de esa artritis que le desconocía y que lamento desde aquí, pero estoy segura que no le hará falta para atender benévolamente mi pequeña protesta. Con su media sonrisa y una mirada de soslayo será suficiente.